PÁGINA 6
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101.
LA ENAMORADA
Esta lúgubre manía de vivir,
esta recóndita humorada de vivir,
te arrastra Alejandra, no lo niegues.
Hoy te miraste en el espejo
y te fue triste estabas sola
la luz rugía, el aire cantaba
pero tu amado no volvió.
Enviarás mensajes, sonreirás,
tremolarás tus manos, así volverá
tu amado tan amado.
Oyes la demente sirena que lo robó,
el barco con barbas de espuma
donde murieron las risas
recuerdas el último abrazo;
oh nada de angustias,
ríe en el pañuelo, llora a carcajadas
pero cierra las puertas de tu rostro
para que no digan luego
que aquella mujer enamorada fuiste tú;
te remuerden los días,
te remuerden las noches,
te duele la vida tanto tanto,
desesperada ¿adónde vas?
Desesperada ¡nada más!
ALEJANDRA PIZARNIK (argentina, 1936-1972)
102.
EL CORAZÓN ROTO
Demente está quien afirma
haber estado una hora enamorado,
mas no es así que el amor se desvanezca,
sino que, de hecho, en menos tiempo os puede devorar.
¿Quién osará creerme si juro haber sufrido
un año de esta plaga?
¿Quién no se reiría de mí si yo dijera
que vi arder todo un día la pólvora de un frasco?
¡Ay, qué insignificante es el corazón
si llega a caer en manos del amor!
Cualquier otro pesar deja sitio a otros pesares,
y para sí reclama sólo una parte.
Vienen hasta nosotros, pero el amor
a nosotros nos arrastra, y sin masticar, nos absorbe.
Por él, como por el infame hierro,
ejércitos enteros mueren.
Él es el esturión tirano, nuestro corazones, la morralla.
Si no fue así, ¿qué le ocurrió a mi corazón cuando te vi?
A la alcoba traje un corazón,
pero de la alcoba no llevé ninguno conmigo.
Si contigo hubiera ido, sé que a tu corazón
el mío le habría ensañado la compasión.
Pero ¡ay!, Amor, de una herida lacerante
la felicidad se ha quebrado.
Mas la Nada en Nada puede convertirse,
ni sitio alguno puede vaciarse del todo,
así, pues, pienso que mi pecho aún posee
todos esos fragmentos, aunque no estén reunidos.
Y ahora, como los espejos rotos
muestran cientos de rostros más pequeños,
así los fragmentos de mi corazón
pueden sentir placer, deseo y adoración,
pero después de tal amor,
no podrá amar jamás.
JOHN DONNE (inglés, 1572-1631)
103.
EL INTRUSO
Amor, la noche estaba trágica y sollozante
cuando tu llave de oro cantó en mi cerradura;
luego, la puerta abierta sobre la sombra helante,
tu sombra fue una mancha de luz y blancura.
Todo aquí lo alumbraron tus ojos de diamante;
bebieron en mi copa tus labios de frescura,
y descansó en mi almohada tu cabeza fragante;
me encantó tu descaro y adoré tu locura.
Y hoy río si tú ríes, y canto si tú cantas;
y si tú duermes, duermo como un perro a tus plantas.
Hoy llevo hasta en mi sombra tu olor de primavera;
y tiemblo si tu mano toca la cerradura,
¡y bendigo la noche sollozante y oscura
que floreció en mi vida tu boca tempranera!
DELMIRA AGUSTINI (uruguaya, 1886-1914)
104.
LA TUMBA INQUIETA
El viento sopla hoy, mi amor,
y caen unas pequeñas gotas de lluvia.
Nunca tuve más que un verdadero amor,
en una fría tumba ella fue depositada.
Haré por mi verdadero amor
lo que cualquier hombre joven hace,
me sentaré y amaneceré junto a su tumba
durante doce meses y un día.
Habiendo transcurrido los doce meses y un día,
la muerta empezó a hablar:
¿quién, sentado junto a mi tumba,
está llorando y no me deja dormir?
Soy yo, amor, sentado junto a tu tumba
no te dejaré dormir, porque anhelo
un beso de tus labios fríos como la arcilla,
y eso es todo lo que busco.
Anhelas un beso de mis labios fríos,
pero mi aliento huele fuertemente a tierra.
Si tuvieras un beso de mis labios fríos como la arcilla,
tu tiempo no será largo.
Aquí abajo, amor, en el jardín verde por donde solíamos caminar,
la más hermosa flor se marchita
hasta convertirse en un tallo.
El tallo está marchito, seco, mi amor;
así se descompondrán nuestros corazones.
Así que conténte, mi amor,
hasta que Dios te llame.
ANÓNIMO (inglés, siglo XV)
105.
¿Recuerdas esa noche
cuando estabas en la ventana,
sin sombrero, ni guantes,
ni saco para abrigarte?
Te tendí la mano y tú la aferraste ardientemente;
conversé contigo hasta que la alondra
empezó a cantar?
¿Recuerdas esa noche
en que tú y yo estuvimos al pie del serbal
y la nieve a la deriva de la noche?
¿Tu cabeza en mi pecho
y tu flauta tocando dulcemente?
¡Poco pensé esa noche
que nuestro lazos de amor se desatarían!
Amado de lo más íntimo de mi corazón,
ven alguna noche y pronto,
cuando mi gente esté en reposo,
para que podamos hablar juntos;
mis brazos te rodearán
mientras cuento mi triste historia,
pues tu suave, placentera conversación,
me ha privado del cielo.
El fuego está apagado,
la luz inextinguida,
la llave debajo de la puerta
la colocas suavemente.
Mi madre está dormida,
pero yo estoy bien despierta.
Mi fortuna está en mi mano,
estoy lista para irme contigo.
ANÓNIMO irlandés (¿siglo XVII?)
106.
SOLEDAD
Yo no quiero que a mí nadie me diga
que de tu dulce vida
tú ya me has arrancado.
Mi corazón una mentira pide
para esperar tu imposible llamado.
Yo no quiero que nadie se imagine
cómo es de amarga y honda mi eterna soledad.
En la larga noche el minutero muele
la pesadilla de su lento tic-tac.
En la doliente sombra de mi cuarto al esperar
sus pasos que quizás no volverán,
a veces me parece que ellos detienen su andar
sin atreverse a luego entrar.
Pues no hay nadie y ella no viene,
es un fantasma que crea mi ilusión
y que al desvanecerse va dejando su visión
cenizas en mi corazón.
En la plateada esfera del reloj
las horas que agonizan se niegan a pasar.
Hay un desfile de extrañas figuras
que me contemplan con burlón mirar.
Es una caravana interminable
que se hunda en el olvido con su mueca espectral.
Se va con ella tu boca que era mía.
Sólo me queda la angustia de mi mal.
ALFREDO LE PERA (letra de tango, 1934)
107.
El verano marcha ya al exilio,
el bosque se vacía del alegre canto de las aves,
el verdor de la hojarasca palidece,
el campo pierde sus flores.
Ahora se seca lo que antes floreció,
porque el feliz estado del bosque
la siniestra fuerza del frío lo arrebató,
y ella también llenó el cielo de silencio
enviando al destierro a las aves.
Pero al amor, fuente de calor,
el frío no tiene fuerza para atenuarlo,
pues el amor se afana por restaurar
cuanto las brumas han dejado yerto.
Amargamente me torturo y muero
de la misma herida que es mi gloria.
¡Ay, si quisiera sanarme con un solo beso
esa que se complace en herirme el corazón
con tan feliz dardo!
Lasciva, de atractiva sonrisa,
se lleva tras de sí todas la miradas;
los labios amorosos, gordezuelos, pero bien delineados,
causan un extravío suavísimo
y destilan una dulzura, como la miel más fina, cuando besan,
como para hacerme olvidar, más de una vez,
que soy mortal.
Y la frente alegre, tan blanca,
la dorada luz de sus ojos, el cabello rojizo,
las manos que superan a los lirios,
me sumen en suspiros.
Mas sonrío al ver
tanta y tal elegancia, tanta soberanía,
tanta suavidad, tanta dulzura.
ANÓNIMO alemán (Codex Buranus, siglo XIII)
108.
RIMA 72
Te vi en un punto, y flotando ante mis ojos,
la imagen de tus ojos se quedó,
como la mancha oscura, orlada en fuego,
que flota y ciega, si se mira al sol.
Adondequiera que la vista clavo
torno a ver tus pupilas llamear;
mas no te encuentro a ti; no, es tu mirada:
unos ojos, los tuyos nada más.
De mi alcoba en el ángulo los miro
desasidos, fantásticos lucir:
cuando duermo los siento que se ciernen
de par en par abiertos sobre mí.
Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche
llevan al caminante a perecer;
yo me siento arrastrado por tus ojos;
pero a dónde me arrastran, no lo sé.
GUSTAVO A. BECQUER (español, 1836-1870)
109.
¡Oh Badia al-Chamal! ¡Sólo te tengo a ti!
¡Ten piedad de mí, que soy prisionero de tu amor!
¡Tú eres mi meta y mi deseo! ¡Tú eres mi alegría!
Mi corazón no puede amar a nadie más que a ti.
¡Ah, si supiera yo si conoces mi llanto!
¡Si sabes que mis ojos insomnes se pasan la noche llorando!
¡Ordena al sueño que acuda a mis párpados!
Quizás así, en sueños, pueda verte.
¡Sé compasiva con el amor de un enamorado!
¡Líbralo de los sobresaltos de tu crueldad!
¡Que Allah aumente tu belleza y tu alegría,
y que todos tus enemigos pierdan la vida por ti!
Bajo mi bandera se han alistado los amantes,
y todas las hermosas bajo la tuya.
De LAS 1001 NOCHES (Noche 774a.)
110.
A UNA QUE PASA
La calle ensordecedora a mi alrededor aúlla.
Alta, delgada, de luto riguroso, dolor majestuoso,
una mujer pasa, de una mano fastuosa,
levantando, balanceando el festón y el dobladillo;
ágil y noble, con su pierna de estatua.
Bebo, crispado como un extravagante,
en su ojo, cielo lívido donde germina el huracán,
la dulzura que fascina y el placer que mata.
Un relámpago...¡después la noche! -Fugitiva belleza
cuya mirada súbitamente me ha hecho renacer,
¿no te veré más que en la eternidad?
¡En otra parte, bien lejos de aquí! ¡Demasiado tarde! ¡Jamás puede ser!
Pues ignoro dónde fuiste, tú no sabes dónde voy,
¡Oh, tú, a la que habría amado; oh, tú, que lo sabías!
CHARLES BAUDELAIRE (francés, 1821-1867)
111.
A K…
Recuerdo aquel mágico instante:
apareciste frente a mí como visión fugaz
cual genio de la belleza pura.
En la angustia opresora de la deseperanza,
en la zozobra del trajín escandaloso,
largo tiempo resonó tu dulce voz
y soñé tus líneas armoniosas.
Pasaban los años.
Tormenta de rebeldes temporales los sueños ahuyentó.
Y olvidé tu cariñosa voz, tus líneas celestiales.
En la espesura lóbrega de la prisión
mis días silenciosos se estiraban
sin la divinidad ni inspiración,
sin lágrimas, sin vida, sin amor.
El alma un día se despertó:
y otra vez apareciste tú como visión fugaz
cual genio más puro de belleza
pulsa encantado el corazón.
Para él nacieron otra vez divinidad e inspiración,
y vida, y lágrimas y amor.
ALEKSANDR PUSHKIN (ruso, 1799-1837)
112.
ME ENCONTRASTE
Me encontraste un vez más, ladrón de corazones.
En éxtasis de borrachera, buscaste en el bazar
y me encontraste.
Incluso a través de ojos soñolientos
y borrachos de amor, me viste.
Corrí a la taberna. Me encontraste.
¿Por qué huir si nadie puede escapar de ti?
¿Por qué esconderme, cuando me has encontrado
cientos de veces?
Pensé que podría perderte en una multitud de gente.
Pero me encuentras incluso
en multitudes de secretos,
incluso detrás de mis propias máscaras.
Qué bendición ser buscado
y encontrado por tus ojos.
Qué suerte quedar atrapado en tus giros…
vidente amoroso, vidente persistente,
imponente ciprés de innumerables jardines.
Me estaba sacando una espina del pie
cuando me encontraste.
Me colmaste de flores de tus lechos fértiles.
Querido ruiseñor, tus melodías abrieron mis oídos.
Como un recipiente que quiere llenarse de luz,
me sumergí en el halo de la luna.
En el fondo de esa olla sin fondo, me encontraste.
Como un ciervo que huye de un león,
corrí por el desierto.
En lo profundo de las montañas, me encontraste.
Herido, derramé mi sangre en cada sendero.
Seguiste las gotas y me encontraste.
Yo era un pez enganchado retorciéndose en las olas.
Al final de la línea, me encontraste.
Surcas los cielos y cazas ciervos al galope.
Con toda esa habilidad y paciencia, me encontraste.
En el momento en que me encontraste
me diste una copa rebosante del vino del Amor,
tan pesada como el peso de mi alma.
Cada sorbo lo aligeraba,
cada sorbo, un bálsamo.
Bebí hasta vaciarme.
Mi alma alzó el vuelo.
Hoy no tengo mente, ni oído ni lengua.
La fuente del pensamiento y la palabra
me encontró.
YALAL ad-DIN MUHAMMAD “RUMI” (persa, 1207-1273)
113.
Para el amor buscado o el perdido,
para el amor huido o el hallado,
ten la ternura fuerte del osado,
ten la dulce fiereza del caído.
Para el amor invicto o el vencido,
para aquél evadido o retormado,
ten la ausencia presente del llegado
y el silencioso grito del partido.
Así has de estar: tendido y encerrado
-cobarde piel y sangre decidida-,
del mismo modo oculto y entregado,
al mismo tiempo el dardo que la herida.
Y este juego de amor, tan bien jugado,
te llevará las horas. Y la vida.
JULIA PRILUTZKY (ucraniano-argentina, 1912-2002)
114.
LUCÍA MARTÍNEZ
Lucía Martínez.
Umbría de seda roja.
Tus muslos, como la tarde,
van de la luz a la sombra.
Los azabaches recónditos
oscurecen tus magnolias.
Aquí estoy, Lucía Martínez.
Vengo a consumir tu boca
y a arrastrarte del cabello
en madrugada de conchas.
Porque quiero y porque puedo.
Umbría de seda roja.
FEDERICO GARCÍA LORCA (español, 1899-1936)
115.
POEMA 12
Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, se despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan, se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehúyen, se evaden y se entregan.
OLIVERIO GIRONDO (argentino, 1891-1967)
116.
AMO TU DESNUDEZ
Porque desnuda me bebes con los poros
como hace el agua cuando
entre sus paredes me sumerjo.
Tu desnudez derriba con su calor los límites,
me abre todas las puertas para que te adivine,
me toma de la mano como un niño perdido
que en ti dejara quietas su edad y sus preguntas.
Tu piel dulce y salobre que respiro y sorbo
pasa a ser mi universo,
el credo que me nutre,
la aromática lámpara que alzo estando ciego
cuando junto a las sombras
los deseos me ladran.
Cuando te me desnudas con los ojos cerrados
cabes en una copa vecina de mi lengua,
cabes entre mis manos como el pan necesario,
cabes bajo mi cuerpo más cabal que su sombra.
El día en que te mueras te enterraré desnuda
para que limpio sea tu reparto en la tierra,
para poder besarte la piel en los caminos,
trenzarte en cada río los cabellos dispersos.
El día en que te mueras te enterraré desnuda
como cuando naciste de nuevo entre mis piernas
ROQUE DALTON (salvadoreño, 1935-1975)
117.
Estaba una mujer sola
y esperaba en la llanura,
esperaba a su amado.
Entonces vio volar al halcón:
¡Halcón, qué afortunado eres!
Vuelas por donde quieres,
y eliges en el bosque
el árbol que te gusta.
Así he hecho yo también:
elegí para mí misma un hombre
en el que mis ojos se habían posado.
Ahora lo envidian mujeres bellas,
¡ay! ¿porqué no me dejan a mi amor?
Yo no desearía al amante de ninguna.
DIETMAR VON EIST (alemán, siglo XII)
118.
AUSENCIA DE AMOR
Cómo será pregunto.
Cómo será tocarte a mi costado.
Ando de loco por el aire
que ando que no ando.
Cómo será acostarme
en tu país de pechos tan lejano.
Ando de pobrecristo a tu recuerdo
clavado, reclavado.
Será ya como sea.
Tal vez me estalle el cuerpo
todo lo que he esperado.
Me comerás entonces dulcemente
pedazo por pedazo.
Seré lo que debiera.
Tu pie. Tu mano.
JUAN GELMAN (argentino, 1930-2014)
119.
LAS HOJAS MUERTAS
Oh, me gustaría tanto que recordaras
los días felices cuando éramos amigos…
En aquel tiempo la vida era más hermosa
y el sol brillaba más que hoy.
Las hojas muertas se recogen con un rastrillo…
¿Ves? No lo he olvidado…
Las hojas muertas se recogen con un rastrillo,
los recuerdos y las penas, también.
Y el viento del norte se las lleva
en la fría noche del olvido.
¿Ves? No he olvidado la canción
que tú me cantabas.
Es una canción que nos acerca.
Tú me amabas y yo te amaba,
vivíamos juntos
tú, que me amabas, y yo, que te amaba…
Pero la vida separa a aquellos que se aman
silenciosamente sin hacer ruido
y el mar borra sobre la arena
el paso de los amantes que se separan.
Las hojas muertas se recogen con el rastrillo.
Los recuerdos y las penas, también.
Pero mi amor, silencioso y fiel
siempre sonríe y le agradece a la vida.
Yo te amaba, y eras tan linda…
¿Cómo crees que podría olvidarte?
En aquel tiempo la vida era más hermosa
Y el sol brillaba más que hoy.
Eras mi más dulce amiga,
mas no tengo sino recuerdos
y la canción que tú me cantabas,
¡siempre, siempre la recordaré!
JACQUES PREVERT (francés, 1900-1977)
120.
AROMAS
Cuando regreso a casa no me lavo las manos
si es que he estado contigo un instante no más,
el aroma retengo que tú dejas en ellas
como una joya vaga o una flor ideal.
Por aquí huelo a rosas y por allá a jazmines,
alientos de tus ropas, auras de tu beldad,
aproximo una silla y me siento a la mesa
y sabe a ti y a trigo el bocado de pan.
Y todo el mundo ignora por qué huelo mis manos
o las miro a menudo con tanta suavidad,
o las alzo a la luna bajo las arboledas
como si fueran dignas de hundirse en tu cristal.
Y así hasta media noche cuando vuelvo rendido
pegado a las fachadas y me voy a acostar,
entonces tengo envidia del agua que las lava
y que, con tu perfume,
da un suspiro y se va.
BALDOMERO FERNÁNDEZ MORENO (argentino, 1886-1950)
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